miércoles, 14 de julio de 2010

¿Cómo abrir la mirada interior?

del Sitio Web ElVirajeHaciaLaLuz


Incluyo ahora aquí, en mi propio espacio, este texto que se publicó anteriormente en Shiny Demise Project. ¡Gracias a dicho sitio por haberme dado esa oportunidad! Hoy estamos aquí, con la misma interrogante: ¿Cómo abrir la mirada interior?



Para responder a esta pregunta, habría tantas respuestas como seres humanos sobre la faz de la Tierra. Es decir que, como lo dijo sabiamente León Felipe, aquel querido poeta español del destierro en México: “Nadie fue ayer, ni va hoy, ni irá mañana hacia Dios por este mismo camino que yo voy. Para cada hombre guarda un rayo nuevo de luz el sol… y un camino virgen, Dios”.

Esto viene a propósito del comentario de una lectora respecto a un texto publicado anteriormente en esta página: “El Sueño Colectivo”. Se pregunta cómo ha sido el proceso de mi despertar.

Considero que todos llegamos a este plano como una chispa de luz que tendrá que luchar por abrirse camino entre su propia oscuridad e ignorancia, para salir finalmente avante. Hay quienes despiertan desde muy temprano. A otros quizás nos lleva más tiempo el adormecimiento.


Es decir que aunque intuimos que hay algo más allá, enfrascados en el cotidiano vaivén de lo que llamamos “vivir”, nos subimos a la rueda del nacer, crecer, alcanzar un título profesional, casarnos, tener hijos, mirar que crezcan, que lleguen los nietos… y así incesantemente, mientras avalamos “así es la vida”… La rueda de la existencia parece engullirnos en su engranaje, infatigable.



De pronto, un día, alguno de nuestros seres queridos cae gravemente enfermo o muere y, como Sidharta, comenzamos a abrir los ojos. Esos golpes de la vida son como el mazo del herrero, que comienzan a darnos forma y consistencia. Golpe tras golpe, tropiezo tras tropiezo, comenzamos a hacernos las una y mil preguntas. En realidad, esos cuestionamientos nos pueden llegar también por muchas otras razones.



El hecho es que, al darnos cuenta de que esto que vivimos no es más que una ilusión, el velo de “Maya” de los hindúes, es entonces cuando comenzamos a leer esto o aquello, a unirnos a un grupo de filosofía, o de meditación, o nos aventuramos en el estudio comparativo de las religiones, entre otros tantos caminos.



En mi caso había como una brecha insalvable entre el estudio y la búsqueda de Dios o el gran Creador del Universo… y el estudio o la aceptación de la vida y existencia de seres en otros planos o galaxias. Me preguntaba cuál sería -si lo había-, el punto de encuentro entre esos dos conceptos.

Se me había dicho que los seres que abandonan este plano físico conocido como la Tercera Dimensión, pasaban a la Cuarta Dimensión o Mundo del Astral. Pero, y eso ¿de qué manera se comunica o se relaciona con la vida en otros planetas o galaxias? Al día de hoy, entiendo que lo que llamamos la “Vida interdimensional”, se trata de existencias en diferentes niveles vibratorios.



¿Y cómo alcanzamos esto? Según mi experiencia personal, creo que se puede lograr, paulatinamente, a través de la meditación, del estar en calma, del abandonar nuestro cuerpo físico, de cerrar nuestros sentidos al mundo exterior, para acceder a otros planos de percepción y conocimiento internos. Cuando llegamos a estos estados, comprendemos que no hay bien ni mal. Todo Es. Simplemente Somos.



Si traemos esos vislumbres de luz a nuestra diaria existencia, comenzamos a ver con otros ojos el mundo que nos rodea. Comenzamos a ver a nuestros semejantes como extensiones de nosotros mismos, ya no como entes separados. Ya no somos “él y yo”, sino nosotros. Ya no es “lo mío y lo tuyo”, sino lo nuestro. Comenzamos a observar nuestro cuerpo como lo que es: un vehículo físico de ese otro tripulante que lleva dentro, nuestro ser interno o yo superior.



Se acaban las fricciones porque, si alguien te critica o te dice algo poco amable, comprendes que lo ha dicho refiriéndose a tu vehículo físico, no a tu verdadero yo. Es como si alguien le hiciera algún daño a tu auto mientras circulas. Si le dan un golpe lo llevas al mecánico y lo reparan fácilmente. Al que dañaron fue a tu auto físico, no a ti que ibas dentro. Tú no recibiste el golpe, tan sólo eras el tripulante.



Si nos vemos desde esa perspectiva, desde la certeza que somos seres espirituales viviendo una experiencia humana, es decir, que somos “el tripulante” no el vehículo, si aprendemos a observarnos diariamente en todo lo que pensamos y decimos, nos volveremos más conscientes de nuestro verdadero Ser. Nos convertiremos en “el observador observado”.



Iremos puliendo, por así decirlo, nuestro Ser Interno. Comenzaremos a practicar más la paciencia, la tolerancia, el perdón, el vivir armónico con los demás, porque reconoceremos que si han dicho algo que pudiera no ser tan gentil hacia nosotros, se han referido tan sólo a nuestra representación física, a ese “ego” que se identifica con nuestro cuerpo materializado.



Y ese es el gran motivo de nuestros sufrimientos en esta existencia: nuestro ego que se siente amenazado, criticado, maltratado. De ahí nos vienen mecanismos de defensa al sentirnos menospreciados, humillados, minimizados. Cuando eliminamos al ego en nosotros mismos, hemos exterminado al peor de nuestros enemigos.



A través de la historia el hombre ha entablado cruentas guerras contra enemigos externos. Porque nos sentimos separados, y estamos luchando entonces conflictos ajenos, guerras del ego, que lo único que hacen es alejarnos de nuestro verdadero Ser.



En tanto no comprendemos que nuestro real enemigo está en nuestro interior -en nuestra mente pequeña, producto de nuestro ego y de nuestro pensar que somos seres finitos, mortales, frágiles, propensos a enfermedades y sometidos a necesidades y satisfacciones que dependen de obtener cosas materiales-, nos volvemos vulnerables al mundo de las formas, de la materia.



Cuando sobrepasamos ese nivel, nos damos cuenta que somos -en realidad-, espíritus habitando un cuerpo. Aprendemos a constatar que podemos influir sobre nuestro mundo material, es decir, que podemos lograr aquello que deseamos, con tan sólo pensarlo y desearlo. De ahí lo importante de aprender esta lección, para llegar a materializar sólo lo que realmente queremos, y no aquello de lo que estamos huyendo. Aquí es básico recordar esa frase tan corta y tan sabia, título de un libro que leí hace tiempo: “lo que dices, recibes”…



Y esto es fascinante porque podemos leer muchísimos libros, asistir a incontables conferencias, seminarios o retiros de meditación. Pero mientras no logremos realmente ir a nuestro interior, no aprenderemos a vivir todo esto. Lo determinante no es la teoría, sino la práctica. La primera es básica, pero constituye únicamente el 10%. La acción nos da el 90% restante. Es decir, lo que realmente marca la diferencia en nuestro desarrollo, es la vivencia de lo aprendido.



Cuando llegas al fondo de tu ser, cuando se disipa el sentimiento de separación con el resto, llega el sentimiento de unidad con todo y con todos. Desaparece entonces todo aquello que molesta al ego. Desde esa perspectiva, considero que es cuando logramos escuchar la gran orquestación de lo que es la vida, donde cada quien interpreta el instrumento que le fue asignado para alcanzar sus mejores notas, y unirse al Todo en la irrepetible Sinfonía del Universo.



Todos, en nuestro camino, encontramos escritores, compositores, creadores, que nos ayudan a avanzar en el sendero. ¡Benditos sean!, son estrellas de luz en nuestros universos personales. Nunca fui muy afecta al “ir en grupo”… Mi naturaleza es más bien muy independiente, y hasta “ermitaña”. De ahí que, al ser más bien autodidacta, los libros han sido mis grandes amigos de toda la vida. Y, entre ellos, sus autores, por supuesto, mis grandes guías y maestros.



Ha habido muchos, pero cito agradecida a los más cercanos: León Felipe, quien me habló tanto del camino, y me dijo en uno de sus libros: “Ganarás la Luz”… Richard Bach con “Juan Salvador Gaviota”, personaje que dio alas a mis sueños… Herman Hesse y su “Sidharta”… Thomas Mann con su obra monumental “La Montaña Mágica”… Romain Rolland y “Jean Christophe”, verdadero canto al heroísmo humano… Antoine de Saint Exupery quien, a través de “El Principito”, me hizo entender que no vemos más que con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos... Norman Vincent Peale, con "El Poder del Pensamiento Tenaz" y sus grandes lecciones sobre la naturaleza divina y el poder que llevamos dentro: Si Dios está conmigo, ¿quién o qué puede contra mí?... Og Mandino con "El Memorándum de Dios" y otros de sus textos entre los que, ante un momento de tribulación, me hizo reconocer: “esto pasará también”… Louise Hay, maravillosa maestra metafísica que te enseña cómo “Tú Puedes Sanar tu Vida”… Edgar Cayce, Anthony de Mello, Deepak Chopra, Emmet Fox, Wayne W. Dyer, Caroline Myss, Un Curso de Milagros…


Entre libros y autores, por decirlo así, ¡vivimos en un mundo de luz, rodeados de estrellas! Sólo basta querer descubrirlas. Me parece de vital importancia el saber cómo nutrir nuestro espíritu. Así como cuidamos de nuestro cuerpo físico dándole un alimento adecuado, de la misma manera es importante cuidar de nuestro interior. Su desarrollo depende del alimento que le demos. Si queremos lograr paz y armonía internas, no vamos a leer textos sobre guerras o conflictos.



Habrá quien pueda pensar: ¡qué aburrido! Creo, sin embargo, que lo que puedes conseguir procurando tu paz interna, puede ser mucho más energizante y estimulante, que la más descabellada historia de terror. En todo caso, es mi personal punto de vista. Y así como la lectura es importante, lo es también el sonido que nos rodée. Las frecuencias tonales o musicales. Escuchar sonidos apacibles, sobre todo antes de ir a dormir, tranquiliza el espíritu y lo agradece el alma.



Resumiendo, considero que el camino hacia la luz, es una senda interior, muy personal. Entre más la recorramos, más pronto llegaremos a encontrar nuestro propio Shangrilá. Ese espacio de calma y serenidad que puede acogernos en cualquier momento. Algo tan necesario sobre todo en estos momentos en donde, día a día, estamos expuestos a tantas imágenes y situaciones de aparente desequilibrio.



Si comprendemos que todo esto sucede en el mundo de Maya, en el mundo ilusorio de los sentidos, concluiremos que nuestra verdadera realidad está en el eterno y armónico vibrar del universo, dentro del cual cada uno de nosotros podemos ser un latido de esperanza para el mundo por venir.



¡Que la luz te acompañe siempre, y te permita abrir esa tu mirada interior!…


Elvira G.

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